domingo, 28 de junio de 2009

(re) encuentros

"Do you remember the time when we fell in love
Do you remember the time when we first met
We were young and innocent then
Do you remember how it all began"
Michael Jackson
-¿Qué haces? Pregunté
- Revisando mails - contestó él
- Vamos a beber café o al cine- le dije yo

Después revisamos los posibles lugares en donde encontrarnos, pero me apresuré a quitar de la lista los más comunes. - Podemos ir a un café no gay- pedí. -No tengo ganas de cambiarme ni de tener hombres coqueteándome -, fue la razón que le di, aunque la verdad era otra: no quería enfrentar las miradas inquisidoras de los transeúntes, meseros u otros comensales, cuyos ojos nunca temen mostrar un dejo de suspicacia; cómo si una cita entre dos hombres encubriera siempre un secreto sucio y morboso.
Caminamos hasta el lugar designado. Comentamos las verdades más evidentes y más incomodas sobre nuestros cambios. Él sabía de sobra que yo no perdería la oportunidad de hacer un comentario ácido sobre su nuevo tamaño corporal y se adelantó. No obstante, esta vez me incomodaba más su actitud: sus movimientos me recordaban más a una señora cuarentona de mandil y puesto de mercado que a un ex universitario de veintidós.
Todo marchaba con relativa normalidad, me escuchó con atención y yo respondí de la misma forma. Hubo un par de silencios, que se volvieron regulares, pero entre nosotros hay tantos temas vedados que es preferible guardar silencio. Sin saber cómo la limonada helada sobre la mesa se transformó en un coctel, ese mariconsísimo, con nombre de revista sexosa y fashionista, que bebo, y leo, siempre que tengo oportunidad. El cielo que parecía desbordarse nos dio la excusa perfecta para quedarnos donde estábamos: secos y cubiertos, aunque la lluvia se filtraba por uno de los ventanales.
Confinados a la mesa y a nuestra compañía fue fácil pedir una segunda, tercera y cuarta ronda. Durante la primera y la segunda la conversación se volvió más amena; aunque los silencios se hacían más largos nos dimos la oportunidad de citar el pasado: reconocimos con mesura que éramos parte de la vida del otro. Ya en la tercera me juraste que eras feliz, que habías cambiado, crecido, y no lo dudé. Me atreví a preguntar: “Si te vieras ahora como eras antes en que dirías me equivoque, que crees que hiciste mal”. Era tu oportunidad de redimirte, de pedirme perdón por el novio miserable, y desconsiderado que fuiste, por todas y cada una de las veces en que me rompiste el corazón. Sabias que esperaba que lo hicieras y haciendo gala de tus viejas costumbres me diste una respuesta vacía ¡Joto, cobarde, marica! Quise gritarte con toda la fuerza de mi diafragma pero escondí mis reclamos tras una sonrisa. Por un momento volvimos al pasado, ese al que juré jamás regresar. En la cuarta y para terminar dijiste que “te la habías pasado a gusto” y yo, estúpido, te regalé mi mirada de diva al contestar: “¡Claro, amas mi compañía!” tu sonreíste burlonamente pero no te atreviste a negarlo. Antes dejaste claro que querías volver a verme.


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