jueves, 7 de marzo de 2013

Un día de estos



Un día de estos ya no te voy a extrañar, ni a querer ni a pensar. Ya no me harán falta ni tu risa ni tus palabras dulces. Un día de estos vas a ser un extraño. Y yo no escribiré de ti, ni cuidaré mis palabras. Dejaré de sonreír como idiota al recordarte y ya no necesitaré tu cuerpo. Un día de estos, pero hoy no es ese día. 

jueves, 5 de enero de 2012

M.

Yo quería escribir, sobre ti; sobre mí. Sobre el deseo prohibido… perverso que me provoca tu cuerpo albino cubierto de ensortijados vellos oscuros. Sus zonas rosadas que se encienden y llaman a mi lengua. La estoica presencia de tu sexo que se levantaría por arriba de mi nariz detrás del puño de tu venosa mano derecha.

Besos, lengüetazos, mordidas. Un final entre gritos y jadeos desde el chacra raíz. Después de todo; después de tanto. Para al fin desvanecerse con un resuello y descansar. Mirarnos culpables sabiendo que ya no hay nada que nos una.

miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Qué hacer en caso de encontrarse una hada?



1. Si usted se encuentra una hada, por favor no intente atraparla.

2. Si usted no resiste la tentación y decide atraparla, por favor tenga cuidado de no desmembrarla.

3. Si usted, accidentalmente, desmiembra a la hada durante su captura causando su deceso, por favor recuerde: las hadas pueden volver de la muerte. Para traerla de vuelta aplauda fuertemente mientras repite a modo de mantra: "yo si creo en las hadas", "yo si creo en las hadas". La hada deberá volver a la vida si usted lo dice con pleno convencimiento. Si la hada no resucita... revise su fe.

4. Si la muerte de la hada es irremediable, por favor no la exponga al escarnio público. Recuerde: el mundo está lleno de escépticos; por cada uno de ellos que diga para otros o para sí en voz alta: "yo no creo en las hadas"otra criatura inocente morirá. Sea consciente ¡Evite un genocidio!

5. Si usted desea conocer más sobre la fantástica vida de las hadas, por favor lea Peter Pan.


viernes, 5 de agosto de 2011

Manifiesto en dos líneas

En ocasiones tiendo a suponer que la vida puede ser más simple: que todo lo que se necesita es rendirse y hacer lo que los demás hacen. Pero en eso no hay reto y esa condición no me seduce.



lunes, 25 de julio de 2011

Yo confieso II

Confesión: Quiero dejar de pensar en ti; de suspirar; de sentirme un idiota. Liberar mi cuerpo del peso de tu abandono. También quiero llorar, se me ha ocurrido que eres buena excusa para hacerlo.

jueves, 21 de julio de 2011

Yo confieso

Confesión: sí, yo imaginé un futuro para nosotros. Me cae qué soy bien pendejo.

jueves, 26 de mayo de 2011

En el armario [para un blog en abandono]

Vivíamos con la prisa de amarnos. En el sentido más burdo de la expresión: siempre a escondidas, entre rincones, en la oscuridad o a plena luz; pero apartados de los ojos de quienes censuraban el deseo ambiguo de dos adolescentes.

Buscábamos un lugar para meternos mano casi todos los días. Nos bastaban diez o quince minutos de besuqueos en la cocina, el armario o la parte trasera de un auto; aquellos no eran lugares propios para el amor, pero nosotros no estábamos enamorados. Aunque muchas veces pretendimos que sí.

Recuerdo la ansiedad dibujada en sus ojos verdes entrar, siempre con el deseo por delante, dentro del armario en casa de mis padres: frente al pasillo que unía dos recamaras y uno de los baños -si había un lugar para no ser descubiertos, en definitiva no era ese- y yo, siempre tras él, temeroso de olvidar en las tinieblas el color de su mirada; de su piel; o de su boca.

Ahora que lo pienso no se que tenía ese armario, pero lo convertimos en nuestro cómplice. No sólo estaba en un lugar de libre tránsito, en el que podíamos ser descubiertos fácilmente, también era pequeño, y apenas cabíamos los dos con un muy ligero espacio entre nuestros cuerpos. Lo más común era que para girar, uno de los dos deslizase sus dedos a través de una de las rendijas de aquella puerta tipo persiana, y ya luego, en aquella posición, un tanto más cómoda, someter al otro desde la retaguardia con un ritmo como de rumba.

En los buenos días de verano, con la temperatura superior a los 30 grados y el índice de la humedad más arriba que el día anterior, como suele suceder en esa ciudad de playa, hasta ya entrado el mes de noviembre, era común que ambos anduviésemos por la casa sin más que unas bermudas, y por lo tanto, dentro del armario, prácticamente desnudos.

Por alguna razón, en ese tiempo los besos eran más intensos y profundos. Nuestras lenguas enfurecidas recorrían presurosas hasta el último centímetro de piel descubierta: ahogándose sin la conciencia de la respiración, cegadas por la encomienda tacita de atrapar el sabor a hombre y la ilusión de la desnudez, que provocaba en nosotros, sabernos descamisados y con los pantaloncillos hasta las rodillas.

Qué amasijo de vapores se cocinaba en ese armario.


Él y su lechosa blancura californiana eran las primeras en ceder: tras unos minutos sus poros se abrían para condensar la pasión del instante. Volvian su cuerpo resbaladizo, pestilente y refrescante.

De aquellos encuentros, en que el calor era el protagonista, quedó más de un indicio. Mi madre refunfuñaba con cierta regularidad acerca de las manchas amarillas que aparecían en las sabanas que guardaba en el armario.

Mira nomás-me decía- la humedad mancha hasta las sabanas.


Yo asentía con la cabeza...