sábado, 17 de abril de 2010

Los guarda-tiliches

Hay lugares donde el orden es simplemente imposible. Mi abuela siempre decía: “un lugar para cada cosa, una cosa para cada lugar”. Extraña declaración para denotar orden: tal pareciese que existen pues un número determinado de cosas que pueden albergarse en un sitio y por consiguiente un cantidad limitada de espacios para cada una. Ecuación lógica que convierte a todo lo que carezca de un lugar propio en un tiliche. Sin embargo, aun en la casa más ordenada hay espacio para los tiliches, para los estorbos, para los esbozos, para los no usados, para los no se sabe para que sirven, para los que se guardan por si acaso.

Basta revisar dentro de los cajones, los armarios, las alacenas. Bajo los colchones, las escaleras. En el patio de servicio o detrás de las puertas para darse cuenta: los tiliches no sólo se apilan de forma descomunal, lo que es peor, estamos dispuestos a convivir fraternalmente con ellos mientras guarden una pudorosa visibilidad y disimulen su presencia. Nuestra tendencia es entonces, no a procurar el orden, sino la belleza, la armonía.

Actitud civilizada cuando el recogimiento o la selección de los tiliches se contrapone a nuestra tendencia a no querer deshacernos de nada. Así pues no importa si no sabemos lo que es, si alguna vez lo supimos, o si lo que guardamos es sólo una pieza rota o algún sobrante sin valor; lo conservaremos casi siempre por un desmedido temor a que en otro momento nos sea útil.

Por supuesto existe el otro lado de la moneda: aquellas cosas que aunque nos son familiares y utilizamos con frecuencia simplemente no tienen un lugar propio dentro de la casa y terminan revueltos entre los otros tiliches. Dónde se guardan los cargadores, los sacapuntas, las esponjas, las escobas, trapeadores y atomizadores. Los recibos, actas de nacimiento, certificados, recetas médicas y otros papelillos membretados. Dónde las especias, medicinas, la pasta dental o las tejas de jabón. Dónde las brochas y desarmadores, los cepillos, los sujetadores…

Sí, es cierto, existen lapiceros, especieros, maletines, folders, botiquines, joyeros, cajas de herramientas y demás organizadores, creados ex profeso para guardar, contener, acomodar, archivar y almacenar toda clase de objetos. El problema es que cada vez que adquirimos uno con la esperanza de llevar un poco de orden a nuestras vidas lo que ganamos en realidad es un nuevo y potencial tiliche.