sábado, 27 de noviembre de 2010

Alud


El problema con los fracasos es que nunca vienen solos. No es necesario sino fracasar una vez -otra- para que los fracasos anteriores se desgajen sobre nosotros. Parece casi un asunto de protección civil: de cada uno de nuestros fracasos van quedando escombros, y ruinas sobre las que volvemos a construir y no hace falta más que un ligero temblor para que todos esos restos caigan sobre nosotros, como avalancha. Una masa amorfa, gigante, con trozos de todo lo que alguna vez fuimos o quisimos ser.

La masa nos persigue; nos arrastra; nos traga y nos entierra. Y nos quedamos ahí… bajo toda esa podredumbre. Porque está oscuro, tibio y silencioso. Lleno de fantasmas que nos acompañan y hablan sólo cuando se les permite. Porque no están ahí para hablar sino para asegurarse de que no escuchemos otra voz más que la nuestra tomar una decisión: la de empezar a cavar hacia la superficie.