miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Qué hacer en caso de encontrarse una hada?



1. Si usted se encuentra una hada, por favor no intente atraparla.

2. Si usted no resiste la tentación y decide atraparla, por favor tenga cuidado de no desmembrarla.

3. Si usted, accidentalmente, desmiembra a la hada durante su captura causando su deceso, por favor recuerde: las hadas pueden volver de la muerte. Para traerla de vuelta aplauda fuertemente mientras repite a modo de mantra: "yo si creo en las hadas", "yo si creo en las hadas". La hada deberá volver a la vida si usted lo dice con pleno convencimiento. Si la hada no resucita... revise su fe.

4. Si la muerte de la hada es irremediable, por favor no la exponga al escarnio público. Recuerde: el mundo está lleno de escépticos; por cada uno de ellos que diga para otros o para sí en voz alta: "yo no creo en las hadas"otra criatura inocente morirá. Sea consciente ¡Evite un genocidio!

5. Si usted desea conocer más sobre la fantástica vida de las hadas, por favor lea Peter Pan.


viernes, 5 de agosto de 2011

Manifiesto en dos líneas

En ocasiones tiendo a suponer que la vida puede ser más simple: que todo lo que se necesita es rendirse y hacer lo que los demás hacen. Pero en eso no hay reto y esa condición no me seduce.



lunes, 25 de julio de 2011

Yo confieso II

Confesión: Quiero dejar de pensar en ti; de suspirar; de sentirme un idiota. Liberar mi cuerpo del peso de tu abandono. También quiero llorar, se me ha ocurrido que eres buena excusa para hacerlo.

jueves, 21 de julio de 2011

Yo confieso

Confesión: sí, yo imaginé un futuro para nosotros. Me cae qué soy bien pendejo.

jueves, 26 de mayo de 2011

En el armario [para un blog en abandono]

Vivíamos con la prisa de amarnos. En el sentido más burdo de la expresión: siempre a escondidas, entre rincones, en la oscuridad o a plena luz; pero apartados de los ojos de quienes censuraban el deseo ambiguo de dos adolescentes.

Buscábamos un lugar para meternos mano casi todos los días. Nos bastaban diez o quince minutos de besuqueos en la cocina, el armario o la parte trasera de un auto; aquellos no eran lugares propios para el amor, pero nosotros no estábamos enamorados. Aunque muchas veces pretendimos que sí.

Recuerdo la ansiedad dibujada en sus ojos verdes entrar, siempre con el deseo por delante, dentro del armario en casa de mis padres: frente al pasillo que unía dos recamaras y uno de los baños -si había un lugar para no ser descubiertos, en definitiva no era ese- y yo, siempre tras él, temeroso de olvidar en las tinieblas el color de su mirada; de su piel; o de su boca.

Ahora que lo pienso no se que tenía ese armario, pero lo convertimos en nuestro cómplice. No sólo estaba en un lugar de libre tránsito, en el que podíamos ser descubiertos fácilmente, también era pequeño, y apenas cabíamos los dos con un muy ligero espacio entre nuestros cuerpos. Lo más común era que para girar, uno de los dos deslizase sus dedos a través de una de las rendijas de aquella puerta tipo persiana, y ya luego, en aquella posición, un tanto más cómoda, someter al otro desde la retaguardia con un ritmo como de rumba.

En los buenos días de verano, con la temperatura superior a los 30 grados y el índice de la humedad más arriba que el día anterior, como suele suceder en esa ciudad de playa, hasta ya entrado el mes de noviembre, era común que ambos anduviésemos por la casa sin más que unas bermudas, y por lo tanto, dentro del armario, prácticamente desnudos.

Por alguna razón, en ese tiempo los besos eran más intensos y profundos. Nuestras lenguas enfurecidas recorrían presurosas hasta el último centímetro de piel descubierta: ahogándose sin la conciencia de la respiración, cegadas por la encomienda tacita de atrapar el sabor a hombre y la ilusión de la desnudez, que provocaba en nosotros, sabernos descamisados y con los pantaloncillos hasta las rodillas.

Qué amasijo de vapores se cocinaba en ese armario.


Él y su lechosa blancura californiana eran las primeras en ceder: tras unos minutos sus poros se abrían para condensar la pasión del instante. Volvian su cuerpo resbaladizo, pestilente y refrescante.

De aquellos encuentros, en que el calor era el protagonista, quedó más de un indicio. Mi madre refunfuñaba con cierta regularidad acerca de las manchas amarillas que aparecían en las sabanas que guardaba en el armario.

Mira nomás-me decía- la humedad mancha hasta las sabanas.


Yo asentía con la cabeza...

viernes, 11 de febrero de 2011

Chorreado de merengue



“Amor pasado por agua, amor a la vainilla,
Amor al portador, amor a plazos,
Amor chorreado de merengue”.
Liliana Felipe



Es como ser niño otra vez. Las pupilas se dilatan y todos los dientes se asoman. Un relámpago corre por la espina, otro y otro. A veces puedo acercarme tanto que mis manos parecen adherirse como ventosas al cristal helado. Sólo puedo tomar uno, sólo uno. Pero hay tantos, y todos tan igualmente especiales, que la elección es solo comparable con la de una estrella en la vasta oscuridad del universo. Por eso es que me lo tomo tan enserio.

A las dependientas parece molestarme que mi escogimiento no sea rápido y la demás clientela mira extrañada el aire rapacillo y medio salvaje con el que mis ojos saltones miran enloquecidos entre una vitrina y otra. Deben pensar -sólo son pasteles-. Se equivocan.

Un pastel es un símbolo de comunión con la tragonería. La objetivación del pecado de la gula, para quien lo come, y la lujuria para quien lo cocina. Acaso no se necesita un deseo mal sano de provocar a otro con la esplendorosa cubierta que antecede a la masa inflada: suave y exquisita, aunque mucho más ligera que la carne, con la que se forma.

Siempre aireado, y preferiblemente ligero, el merengue renuncia a su blancura natural para rendirse a los instintos del panadero: podrá darle un toque oscuro de cacao, dulce o amargo, especial para las almas rijosas o un tono suave y ñoño, tan tradicional, que le ha dado a las gamas cursis el mote de “colores pastel”.

Como sea que luzca cautivará a su presa y una vez que el pedazo está en el plato comienza un acto troglodita: primero la mano lo aprisiona y lo lleva a la boca sin miramientos. La primera mordida. El azúcar corre por la sangre y el relleno cremoso explota antes de bajar por la tráquea. Adiós cordura. Las mordidas se repiten: frenticas, constantes. La boca se ensucia, también las manos y la comisura de los labios. Pero comemos y somos felices. La lengua acicala los dedos llenos todavía de un poco de betún, para prolongar la satisfacción de ese instante; mientras poco a poco nos invade toda la pesadez de sus cientos de calorías y ahora sólo podemos pensar en cerrar los ojos y dormir.

domingo, 2 de enero de 2011

Un patán con clase

"Only unfullfill love can be romantic"
Woody Allen
Todo acabo. Acabo en 33' 43''. El tiempo que nos dio la compañía telefónica con tarifa celular a celular, larga distancia. Por sorprendente que parezca fue entre risas. Claro está ya le había gritado un poco antes. Los reclamos usuales: “tú te fuiste a buscar a otro”; “¡te lo cogiste carbón!”; “me rompiste el corazón en pedacitos”.Las excusas todavía más usuales: “tú y yo no éramos nada”, “nos estábamos conociendo”

¿y las promesas?

De alguna forma es mi primer rompimiento, y es que nunca nadie había honrado la promesa más grande: ser honesto hasta el final. Eso te pone muy por encima que el resto de los hombres (al menos de los míos). Sigues siendo un patán, no creas que no, pero un patán con clase. La clase de patán con la que yo soñaba enamorarme.

Tu dijiste “yo quería enamorarme de alguien completamente; de alguien que no tuviese que cambiar nada” –acaso crees que eres el único- lamento no ser perfecto. También dijiste que era mi culpa, que nunca nadie me amaría hasta que no cambiase mi actitud, dijiste que soy obsesivo y que pierdo la cabeza por cualquiera. Quizá tienes algo de razón. Seamos honestos, tienes mucha razón, soy obsesivo, pero no, no pierdo la cabeza por cualquiera. La perdí por ti ¿Cada cuanto crees que en mi camino se cruza un hombre decente, y guapo que piensa que soy decente y guapo? Una vez cada diez años.

Si escribo esto es porque no alcance a despedirme. Tampoco se me ocurre bien cómo. No quiero una de esas despedidas melodramáticas en las que te deseo suerte y que seas feliz. Menos algo musical:

Bye-Bye, Mein Lieber Herr.
Farewell, mein Lieber Herr.
It was a fine affair,
But now it's over.


Lo primero no funciona, porque ahora eres feliz y lo segundo tampoco, porque intento alejarme del soundtrack de Cabaret –desde hace días, cada que me siento fatal, escucho Maybe this time, y me da por pensar que voy a terminar viejo y solo.

Supongo que la mejor despedida sería decirte: recuerda que la felicidad es un estado transitorio. No es la felicidad si no nuestro dolor lo que nos define. Deseo que tengas el coraje, la paz y la fuerza necesaria para enfrentar lo que viene después. Tu único compromiso es contigo y tu felicidad. Búscala y no permitas nunca que nadie te diga como vivir. Estoy tan seguro de eso como de que podría amarte locamente, si no tuviese que dejarte ir.