jueves, 26 de noviembre de 2009

Veredictos

Había abandonado este pobre blog, el binomio desagradable ha perdido terreno frente a los trabajos finales que caen sobre los hombros de los despistados universitarios.

Les traigo hoy el último ensayo que presenté ante mis compañeros del taller de los viernes. Cuando terminé de leerlo su excelencia, el Marqués del Exabrupto, tenía una sonrisa dibujada en el rostro.. y me dio ret'e harta pena y gusto.

Hubo buenos comentarios: Los de Lorena, siempre acertados, los de Claudia, con peculiar estilo. Liz me acusó de
plagirle ideas a Isarel. (Bah) que de ahí en más "pues sí, estaba bien". Don Victor me miró con de forma extraña y guardó silencio; igual Doña Zoila (sí así se escribe). La otra Claudia, dijo, que algunas cosas le sacaron una "sonrisilla" y Erika compartió la idea de la compasión por
la muerte.

El resumen general sentenció que debía hacer una poda de los argumentos, en particular lo dos primeros párrafos, e hilar más concienzudamente las ideas. El que ahora les muestro es el original no porque ignore los consejos de mis compañeros, sino, por una forma, digamos ética.
Pero sobre todo pa'que usté mi amadísimo lector imaginario y real (porque resulta que sí tengo) haga su veredicto.

Tic Tac
Cada dos de noviembre las planas de los periódicos mexicanos dedican espacio a ocho columnas a versos alusivos a la muerte. La llaman pelona, catrina, parca, huesuda, siempre con aire de mofa. Cómo reza un popular huapango: “con perdón de las visitas que ignoran nuestras costumbres ahí van estas estrofitas para evitar pesadumbres”. Agréguesele lo que el “ingenio mexicano” sea capaz de rimar para ofrecer una “visión cultural única” sobre la muerte, que se presume: chabacana, dicharachera, desvergonzada, atrevida, macabra.

Pero la muerte no necesita ser blanco de burla, comicidad o dolor. El único sentimiento loable que puede sentirse por ella es compasión. Lo dice el poeta John Donne: “esclava del destino de la suerte, de reyes de desesperados”. La muerte está obligada a cumplir con la misión de trasladar a los hombres a la eternidad; bondad que le es negada.
No se le permiten los miramientos, la misericordia, la humanidad. Ni siquiera con aquellos que se la han mostrado. Mirad al celebre “Macario” de Traven cuyos tratos afectuosos con la muerte lo llevaron a su propia destrucción. ¿Pero acaso fue una decisión de la muerte? De nada valieron las suplicas del asustado leñador, el tiempo, único recurso de la muerte, había marcado la hora para él. La arena corre según sopla el viento. La muerte no sabe si hace frío o calor.
Es Inevitable pensar si existen trucos para evadirla. Si como manda el imaginario colectivo nacional es una mujer de sombrero, jorongo y estola de plumas no ha de ser difícil: entre andar con tacones y cuidar que el viento no le arranque el tocado bien se le pueden ganar unos minutos.
Mejor aún si es de largos hábitos y carga al hombro una gigantesca hoz. Con semejante chunche a cuestas correr no le debe ser sencillo. En el peor escenario sólo habría que mantener el cuello a distancia prudente.
Si hasta ahora en esta tesis se encuentra la desavenencia de la decrepitud y la enfermedad hay que tomar en cuenta que la muerte no trabaja sola, el tiempo su gran aliado, a quien ya he mencionado antes, le allana el camino para minimizar los inconvenientes.
J.M. Barrie no se equivocó cuando en el País de Nunca Jamás colocó aquella pieza fundamental en forma de cocodrilo. Un temido habitante cuya existencia transcurre silenciosa en algún lugar de las profundidades. Tic tac, tic tac es el sonido del compás que de vez en cuando nos recuerda que está al acecho esperando paciente con su instinto natural depredaror a que termine nuestro camino por la plancha para abrir sus fauces y devorarnos.

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