miércoles, 13 de enero de 2010

Pintoresco llamarse Juan

Amados míos; hace un buen rato que no escribo otra cosa que poemitas piteros (piterisímos lo sé) como que hace falta drama en este blog ¿Qué no?

A punto de acabarse mis vacaciones de invierno, en el sabroso clima templado de Puerto Vallarta, con un temor absoluto e indescriptible al frío tapatío que me espera el lunes a las 7 am no me queda más que resumir que odio mi trabajo.

No me mal entiendan, sin duda es mejor que la escuela. De hecho, en un ejercicio de acotamiento debo aclarar que lo que odio en realidad es a los clientes; todavía, podría ser más específico y delimitar el objeto de mi aversión a los consumidores extranjeros.

Sí, sí, los detesto. Y no es que me haya dado un ataque de xenofobia. No. mi problema no es con sus caritas de cachorro y su español gracioso con el que me preguntan ¿habla ingles? O traducen sus maneras y saludan cortésmente “Hola” o “Buenas tardes”. No.

Lo que realmente detesto son los halagos con los que disfrazan su racismo yankee. “¿Dónde aprendiste tu inglés?” Me preguntan con cierta extrañeza, luego asumen que mi acento californiano tuvo que venir de algún punto del otro lado de la vasta frontera.
Al aclararles que no es así, su extrañeza se vuelve un escepticismo asombrado, bastante desagradable: "¿en serio?" "¿en la tele?" "¿qué programas veías?" (y comienza la larga, larga lista de éxitos seriados de finales de los noventa)

Por supuesto, para este entonces ya me siento convertido en una atracción pintoresca, de esas que uno jamás soñaría encontrar entre brocas y bulbos. Afortunadamente mis interlocutores concuerdan en que Christian “no suena tan mexicano”.

¡Infames! Encima tengo que venirme a aguantar que me miren lujuriosamente y me digan que soy lindo.



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